Lo no planificable
>> domingo, 6 de enero de 2013
Pocos momentos me han parecido perfectos. Como son momentos, son pequeños fragmentos de tiempo. Si fueran más extensos tampoco podrían ser perfectos.
La perfección -como sensación de plenitud en lo real y no como fantasía de lo inmaculado- me apareció en la vida sólo cuando lo que estaba viviendo era tan poco imaginado y tan resignificante de lo cotidiano que me borraba del presente todo lo que pudiera faltarme. Todo lo que a veces creo que necesito, más lo que sé que necesito. Todos a quienes no podría dejar afuera de la lista hipotética de personas que me llevaría si me fuera a vivir a una isla. Borrados por completo por la obnubilación del instante.
Los momentos perfectos me pasaron. Quiero decir, no los planifiqué, pero me sucedieron mientras buscaba estar apenas bien, por un rato.
En esos momentos no hubo mucho. No me han encontrado en una situación como la que obligan a imaginar las preguntas de la revista Cosmo. "Describa su día ideal...", que no hacen más que forzarnos a planificar algo que no se puede planificar porque es inimaginable.
No estaban todos a quienes quiero, ni estaba yo en la mejor época de mi vida; pero nada de lo que no estaba ahí dejaba de tener importancia. Al contrario, los momentos perfectos hicieron que todo lo que tenía en ese instante y en mi vida fueran suficientes, absolutos. Hicieron, de alguna manera, que se expanda cada fragmento de satisfacción que alguna vez tuve, para completarme.
Mis momentos perfectos no fueron impecables. No podría decir que fueron inmejorables, si no sé con certeza ni cómo se formaron. No hubo uno mejor que otro, ni se pueden repetir; ni siquiera, en afán utilitarista, mezclar para crear una superperfección. No daría resultado.
Aparecieron en su esplendor cuando buscaba algo mucho menos, algo chiquito. Creo, hoy, que cuando Silvio escribió sobre "un diminuto instante inmenso en el vivir" se refería a esto. No había nada allí, en los momentos perfectos, sólo una tarde en que se puede respirar desde el lago Traful o desde el piso del Konex. Un inesperado estado mental de paz absoluta. Y nada más.
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