El trampolín.
>> domingo, 31 de enero de 2010
Usualmente cuando quiero decir algo que no me animo a decir, por temor a lo que puedan responder o por vergüenza, que es el temor a parecer estúpida o ridícula, repito las palabras una y otra vez en mi mente. No llego a armarme una imagen de lo que puede llegar a pasar, no hay tiempo en ese frenético temor irreconocible. Tan confundida está la mente que no puede dejar de parecerse a un disco de pasta rayado.
Es estar al borde de un trampolín. Las palabras no dichas son el bamboleo del cuerpo que se detiene antes de saltar, y se repite y mueve los brazos hacia atrás para tomar impulso pero la falta de coraje se apodera de las piernas y la pasarela queda muda.
Si logro contener la compostura, luego de un rato subo las escaleras hasta el trampolín, lo más probable es que salte. La adrenalina de un "che..." o un "Daniel...", que es el suspiro previo al salto con los ojos cerrados, baja al pecho y los pies vuelan.
No recuerdo respuesta que me haya ridiculizado aunque sí desilusionado y frustrado. Con suerte, y la he tenido bastante de mi lado, a los cumplidos el Che o Daniel responden agradecidos, o emocionados, sutil y cordialmente perfectos. Y la ridiculez es mía pero externa, y feliz, de cómo no se me ocurrió que podían ser esas palabras más importantes para el otro cielo.
Es estar al borde de un trampolín. Las palabras no dichas son el bamboleo del cuerpo que se detiene antes de saltar, y se repite y mueve los brazos hacia atrás para tomar impulso pero la falta de coraje se apodera de las piernas y la pasarela queda muda.
Si logro contener la compostura, luego de un rato subo las escaleras hasta el trampolín, lo más probable es que salte. La adrenalina de un "che..." o un "Daniel...", que es el suspiro previo al salto con los ojos cerrados, baja al pecho y los pies vuelan.
No recuerdo respuesta que me haya ridiculizado aunque sí desilusionado y frustrado. Con suerte, y la he tenido bastante de mi lado, a los cumplidos el Che o Daniel responden agradecidos, o emocionados, sutil y cordialmente perfectos. Y la ridiculez es mía pero externa, y feliz, de cómo no se me ocurrió que podían ser esas palabras más importantes para el otro cielo.
2 comentarios:
Hay un punto, algunas palabras después del "Che..." o "Daniel..." inicial, que podría considerarse, como en el tren de Volver al futuro III, "de no retorno". Si ya llegaste ahí no hay vuelta atrás. Ya estás en caída libre hacia el agua. Será un instante más o menos breve, y cuando haya pasado sabrás si caíste con un perfecto clavado o de panza, que era el miedo constante antes de subir y antes de tirarse y todo el tiempo. El panzazo duele un buen rato y al salir de la pileta la sensación de humillación y fracaso puede que sea inevitable, pero al menos será distinta de la de almorzar trampolín todos los días.
Sí, es cierto lo del punto de no retorno. Aunque yo creo que no lo percibo, o lo tengo desfasado(?) hasta el momento del Che, o del Daniel.
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