El título está acá, no en un renglón de pocas letras rodeado de renglones vacíos.
>> miércoles, 3 de octubre de 2012
Si pensara en este blog me encontraría ajena, me sentiría pasado.
Pero todavía soy, es sólo que no puedo pensarme acá.
Un viaje.
Es que mis ideas están en el mar. Yo vengo y me siento frente a él y se me aparecen. Vuelven. No necesito ni mirarlo demasiado, me siento a escucharlo y me dice todo lo que podría estar haciendo yo. Se lo dije alguna otra vez y me lo olvidé, pero él se acuerda y me reconoce.
No tiene ojos pero siente. Yo también, y nos reconocemos. Yo no tengo que mirarlo tampoco, escucho su constancia irregular y sé que es él.
Él debe recordar a los pocos que venimos a hacerle compañía en silencio, o cantando, sin explotarlo, sin pretender que sea diferente de lo que es. Ni más cálido ni más calmo, ni con más peces ni más verde. Sabe que estos pocos quieren sólo que esté ahí y se hagan compañía mutua mientras escriben.
El mar sabe que cuando da viento frío también estamos. Moqueamos, nos frotamos los dedos de las manos y los pies para sentir su brisa -lo congelado no siente-; la escritura es complementaria y pertinente porque mantiene en movimiento los dedos, el calor necesario para sentir.
Entonces yo vengo a visitarlo, traigo mi abrigo, mi lapicera y mi cuaderno para anotar los proyectos e ideas que le conté y los olvidé por vivir encerrada en la ciudad. Me dice cosas que a veces no reconozco, pero me gusta creer que tienen que ver conmigo. O será que las olas mezclan todas las historias y devuelven recuerdos y pensamientos de otros. Si así fuera podría haber alguien escribiendo frente a otra orilla, ahora o dentro de cien años, que reciba lo que le canto al mar hoy acá. No son ideas encerradas, no van ni vienen dentro de botellas; son ideas sueltas, moldeables, para ser apropiadas.
Hay viento frío pero lo que se siente es cálido. Y es que el agua tiene la propiedad de conservar el calor, cuanto más grande la superficie del agua, tanto más calor puede conservar. El sol es una de las fuentes, los cuerpos son otras.
Yo le traigo mi calor y él se acuerda. Debe tener sensores para identificarnos según nuestro calor. Como si cada cuerpo emitiera ondas de calor en una frecuencia específica y única y el mar pudiera identificarlas; sabría que soy yo, sabría que esa frecuencia muchas veces pasa horas emitiéndose desde el mismo punto, y a veces también recorre la orilla de lado a lado. Sabe, yo no sé cómo pero sabe, que lo siento amigo. Un amigo que no puede viajar y por eso siempre está esperando a que lo visiten.